lunes, 21 de marzo de 2011

Un cuento


Capaz me salio un poco mas solemne qe lo qe me habia imaginado en un principio, pero igual me gusta. No me importa si a ustedes no, igual lo pueden decir en los comentarios, o decir lo linda qe soy y cuanto me qieren, no hay problema. En fin.
***

Etcheverry se desempeñó con absoluto orden y limpieza durante 36 años y 4 meses en el mismo escritorio de su empresa. Si bien no fue una persona que se destacara en nada, los cambios de firma no lograron separarlo de su función. El fallecimiento de su madre, cuyo carácter y reclamos quedaron impresos en su mente a pesar de haberla enterrado, luego cremado, y más tarde tirado x el inodoro, le dejo una casona gigante de la cual solo frecuentaba un 37,6% de su superficie, según sus cálculos. En que condición estaba el 62,4% restante, no le interesaba saberlo. Desde que se quedo solo, podía ocuparse sin sobresaltos de despertarse 6.26, ponerse la pantufla izquierda, luego la derecha, ir al baño, ducharse, desayunar el te con dos tostadas, verificar que todas las luces queden apagadas, y ventanas y puertas cerradas, salir a la calle, y caminar hasta el trabajo donde llegaba dos minutos después de las 7.30, para que la puntualidad no moleste. El 23 de mayo de 2004 a las 10.37 horas, recibió una llamada de una señorita que solicitaba se dirija a la oficina del gerente, cosa que nunca imagino que sucedería. Recibir una llamada de una señorita, digo, porque la espera del llamado del gerente lo mantenía hace semanas 18 minutos de más en vilo todas las noches. Era de público conocimiento que la empresa que se había mantenido estable los últimos 16 años (casi el periodo más largo desde que el estaba ahí), ahora estaba pasando por un momento de crisis que traería aparejado un gran reordenamiento, esto es, los mas jóvenes y los mas aptos tendrían cargos mas importantes con mas responsabilidad, y los inútiles y aquellos cercanos a la edad de jubilarse serian despedidos. Etcheverry estaba aproximadamente la mitad en un grupo y la otra mitad en otro. Si bien faltaba poco para tener edad de jubilarse, nadie entendía el funcionamiento de la empresa como él. A veces pensaba que era mas probable que lo despidieran, a veces conjeturaba que alguien tendría que haber notado su eficiencia a lo largo de tantos años. La probabilidad que calculaba variaba un poco más de lo que le hubiera gustado, pero hay cálculos que dependen mas de la intención que de los números, eso lo sabía muy bien. Así que a las 10.38, luego de verificar que sus zapatos estén en condiciones, se dirigió al piso 10, tartamudeo a la secretaria su apellido porque verificar que era tan linda como su voz le indicaba por teléfono lo puso nervioso, y espero sentado hasta que le dieron permiso para pasar a la oficina con mejor vista de todo el edificio. A partir de ahí, lo que le dijo el joven CEO le escapa a la memoria. A los segundos de sentarse, quizás por los nervios, quizás por la ansiedad, Etcheverry sintió lenta y fatídicamente un hilo de aire caliente escaparse entre sus nalgas. Y como tenia ejercicio en medición del tiempo, estaba seguro que habia sido incapaz de controlar lo que le pasaba por mas de 7 u 8 minutos. Probablemente estaba equivocado. A partir de lo que el considero el minuto 5 empezó a aprovechar el tiempo en lo mas productivo que se le ocurriera: respirar con tranquilidad así la sangre tardaba en acumularse en sus mejillas, y además adivinar como tendría que hacer para mantener las fosas nasales con la mayor normalidad posible, lamentándose no haber prevenido nunca una situación como ésta para poder practicar el control de los músculos nasales frente al espejo. Y mientras asentía con la cabeza ya que de todos modos y gracias a dios no hizo falta que responda ninguna pregunta, notó que el olor era cada vez más fuerte, contradiciendo toda lógica. Entonces, primero maldijo los edificios modernos con ventanas herméticamente cerradas, y luego se dio por vencido. A pesar de no haber escuchado una palabra en toda la reunión, y menos que menos haber respondido algo que en el caso que lo estuvieran ascendiendo, diera la impresión al mocoso ese que tuviese el mínimo interés en las noticias, sintió que no había nada que pudiera hacer a esa altura. Luego sacudón de manos con la mirada en los zapatos ridículamente impolutos, caja para juntar los elementos del escritorio (el elemento, en realidad: un taco financiero que le daba buena suerte, el único elemento que permitía que permaneciera ahí) y salida por primera vez en su vida antes de las 19.30. Afortunadamente le toco a Etcheverry un día perfecto, el aire fresco y seco, el sol amable y la temperatura ideal. Pensó en reordenar el esquema de minutos para buscar un trabajo nuevo, hasta que el cansancio le dijo al oído que a la mierda, que venda esa casa vieja y se vaya al carajo, al campo capaz, a hacerse una huerta y vivir de lo que cosechaba. Los detalles los olvidó, el campo lo recibió con los brazos abiertos, pese a su dificultad de adaptación. Con el tiempo, supo cómo ser realmente feliz. Aprendió que la eficiencia era una cualidad que podía acompañarlo en cualquier aspecto de su vida, que su trabajo lo necesitaba a el mas que el a su trabajo, y que sus gallinas lo escuchaban con gusto desde que un día decidió contarles por qué la frase ‘me salio de pedo’ estaba hecha para él.

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