sábado, 15 de octubre de 2011


Es solemne. Sos solemne. ¿En serio? Pero dejate de joder. Bueno, con eso se te fue un poco la solemnidad, pero tenés un aire como de misticismo. Bueno, ¿misticismo o solemnidad? Para mí es lo mismo. Para mí no tanto. Para él, nada. ¿Uno es solemne para siempre? No sé, no soy solemne, no te lo puedo responder. Está bien, te comprendo, pero tampoco sos cocinero y unos fideos con tuco podés hacer. Sí, te lo concedo, pero ser y hacer no son la misma cosa, me parece. ¿Ah, no? Depende para quién. Acá somos tres, aunque no se note. Para mí son lo mismo. No, pero si son, en plural, entonces no son lo mismo. Me tenés re podrido, flaco. No te ofendas. No, no me ofendo, me sulfuro, me oxido. ¿Y esas dos cosas son lo mismo? Buah, estamos como queremos, ya. No se trata de eso..., ya perdí el hilo. Lo tenés metido abajo de la pierna, te sentaste arriba y no lo viste. Uy, acá está. Te lo doy, andá tirando así sale. Mirá, lo estoy haciendo desaparecer, está hecho de hilo. Ahora quedamos dos, y un ovillo. ¿Sabés tejer? No, en absoluto. No es por ponerme meticuloso, pero si fueras absoluto, quizás sabrías tejer. Cierto, cierto, ¿y vos, de qué estás hecho? Del material de los sueños, por supuesto. Voy a poner la alarma, entonces.
¡Oia! Me quedé solo.

viernes, 7 de octubre de 2011

El paraguas

Salí a caminar con el paraguas que tome prestado de la oficina, y lo usaba como bastón, pero como usa un bastón alguien que no lo necesita. Se frenó tarde para dejarme pasar un señor que por la cercanía en que quedo su cara de la mía, me di cuenta que en lugar de la cabeza tenia un sapo.
Empecé a pensar en mi paraguas en lugar de bastón, y en el sapo en lugar de cabeza, y en cómo habrá hecho el señor para hacer el intercambio. Si yo no tuviera la cabeza pegada al cuerpo, como tantas veces me repitieron, en mi vida cotidiana se podría abrir un abanico infinito de posibilidades:
Para empezar, podría poner ese espacio otra cosa y dejar la cabeza mirando la lluvia por la ventana mientras el resto de mi persona comandada por un eventual electrodoméstico o animal que ocupara el lugar vacío fuera a trabajar o a hacer lo que tuviera yo que hacer. Jamas me atrevería a mandar al a cuerpo solo porque me parece de mal gusto asustar a la gente que me conoce con la nada en el lugar de mis ojos, o mi nariz. Entonces tal vez, confiando en que mis piernas tienen memoria de los recorridos de la ciudad y la oficina, podría poner en lugar de mi cabeza una cafetera, que además de proveer de cafeína a mi organismo, no le transmitiría al mismo el disgusto que absorbe mi nariz por encontrarse mi escritorio a dos metros del baño.
Al descubrir este conveniente arreglo, me entusiasmó también la posibilidad de ver desde arriba de una mesa, como se comportaría mi cuerpo cambiando la cafetera por una tostadora, una ensaladera, o un paquete de yerba (estoy casi segura que una pava electrica no tiene ni podrá tener jamás la personalidad de una juguera, que me parece de lo mas amigable e interesante, en tanto que la pava... quien querria ser amigo de una pava electrica?).
Y pensé tambien que mi cabeza podría no solo mirar por la ventana, sino también disfrutar los olores de mi hogar, recibir los besos de mi media naranja (cosa que jamás permitiría hacer a la juguera, por mas adecuado que parezca o bien que me caiga), colarse en alguna mochila para pasear en bicicleta o en colectivo y hasta dormir para soñar, soñar que puedo despegarme en dos y vivir el doble todos los días.